Steve Jobs

07 / 10 / 2011

A mediados del 2008, días después de mi acuerdo de despido en aquella empresa que hizo valer el Principio de Peter conmigo, Apple presentaba el iPhone 3G y la App Store en una keynote antológica que me marcó profundamente.

Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Allí estaba yo, totalmente entregado, disfrutando el vídeo de la keynote con una emoción que no recordaba haber sentido desde los tiempos del Amiga y la demoescena, 15 años atrás.

Fue un momento mágico, porque justo después de asimilar todo lo que Steve desveló aquel día, supe por fin no sólo cuál sería mi siguiente paso en la vida sino también cuál sería mi misión en este mundo: yo sería desarrollador de aplicaciones, de esa clase de aplicaciones que hace que te sientas bien utilizándolas.

Fue Steve Jobs. Fue él quien puso esa idea en mi cabeza.

Poco después, en julio, una empresa me hizo una oferta para que construyera y dirigiera un departamento de desarrollo de software para móviles, justo el trabajo que la anterior empresa para la que había trabajado se encargó de tirar por el retrete en cuanto lo hube terminado, una historia triste y para contar en otro momento.

Después de pensármelo mucho, acepté y me propuse hacerlo bien, pero ni el sueldazo, ni las increíbles condiciones que me ofrecieron allí -horario libre, 30 horas semanales-, ni tan siquiera los buenos compañeros con los que tuve la suerte de trabajar pudieron evitar que me olvidase de aquella idea.

La sensación de estar perdiendo un tren, aquel tren increíble que Steve me mostró, se hacía más y más grande cada día que pasaba, hasta que finalmente llegó el momento en que se me hizo insoportable tener que mirarme cada mañana al espejo sabiendo que ese día tampoco trabajaría para conseguir mi sueño.

Fue entonces, a principios de octubre, cuando dejé aquel trabajo para dedicarme por entero al desarrollo de aplicaciones. Y fue, lo recuerdo bien, uno de los momentos más maravillosos de mi vida porque, aunque lo que vino después fue duro (recuerdo que me costó bastante adaptarme tanto a Mac OS X como a Objective-C), en el fondo me sentía muy bien conmigo mismo porque por primera vez en mucho tiempo había vencido al miedo y en mi “locura” estaba haciendo exactamente lo que quería hacer con mi vida.

Y el resto, como se suele decir, es historia. Momentos buenos, momentos malos y muchos errores cometidos por el camino que a la larga me han ayudado a ser mejor, a estar mejor preparado para la adversidad. Algún día, cuando sea el momento apropiado, también contaré esa parte de la historia.

En la actualidad mi vida es algo distinta a la de aquel ser libre de finales de 2008 porque al final uno siempre acaba pagando las consecuencias de sus errores, pero ni mucho menos me he rendido: todavía me sigue guiando la misma idea, aquella que Steve puso un día en mi cabeza.

Gracias, Steve.